El miedo no es sino
una respuesta sensorial a agresiones externas con las que luchamos por la
supervivencia..
No se puede
determinar, ni plasmarlo en imágenes, al menos sin caer en los tópicos, puesto
que cada miedo es uno, e intransferible. De hecho las imágenes estereotípicas
para dibujar un genérico “miedo” coinciden y abundan en términos que indican
inefabilidad, como oscuridad, caídas, vacíos, muerte. Y en la naturaleza dual
de agentes externos: animales, personas o fenómenos que suscitan el terror cuando
se representaban en el ámbito de la cotidianidad desvelando más tarde la
hostilidad latente… el retrato del miedo es vago, difuso, las líneas vibran, se
duplican emborronándose, se pierde la ubicación en el mapa, se diluye la
cardinalidad…
cuanto rodea, aunque
fuera bien conocido, se vuelve susceptible de albergar peligros desconocidos,
entre la penumbra, durante la luna nueva, entre el trigo alto, agitado por una
brisa nerviosa, entre las cuatro paredes, que se estremecen a la débil lumbre
de un pabilo consumido
El miedo es pues esa
respuesta sensorial con la que el Yo puja por su supervivencia: la Ansiedad de la Realidad es el nombre que
dio el Dr. Freud a esta sensación. Las respuestas del organismo a esta presión
exterior son múltiples y variadas, y Freud pretendió condensarlas en un
decálogo de comportamientos reactivos; uno de ellos, la Racionalización ,
comporta el reconducir el material amenazante a códigos reconocibles y
someterlo a parámetros lógicos: en realidad es un autoengaño, una distorsión
del peligro para domesticarlo, hacerlo más dócil, familiar, vulnerable.
Quizá por ello el Dr.
Crane escogió un espantapájaros .Muñeco de paja, inofensivo, frágil, incluso
bonachón, idiota, como el de El mago de Oz de Frank Baum, herramienta de campesinos
y labriegos para espantar a ciertos animales, sin éxito las más de las veces,
por lo que realmente es ya una tradición el colocarlo, un ritual de contención
de las hostilidades externas, un símbolo apotropaico, mágico y poético. Una
costumbre folklórica.
La genialidad del
concepto del espantapájaros de Crane es que juega con dos aproximaciones
distintas al mismo asunto:
No sólo está la
evidente, la de la figura que aterroriza a los pájaros y por extensión (recurso
un tanto diletante) a los humanos. Está también la lectura que dice que ese
pelele relleno de heno y de musculatura fláccida es en sí mismo el resultado de
la reducción al ámbito de la cotidianidad de un Terror más vasto e indefinible.
En el Espantapájaros
se encarna ya el artificio al que recurre la psique para “racionalizar” los
temores y volverlos comprensibles, dóciles, familiares y vulnerables. Para la
perspectiva del hombre, convertir en trapos y paja a un individuo es condenarlo
a la sumisión, el enemigo perfecto, incapaz de defenderse y de actuar (una vez
más, el amiguito de Dorothy). Es un paso más allá del maniquí de los
Metafísicos, el cual aún era inquietante en cuanto consistente homúnculo, es
decir, en cuanto manneken, otra versión del canon humano, tan amenazante como
un hombre porque es casi uno de nosotros, prácticamente fiel a las mismas leyes
físicas. El espantapájaros no, el espantapájaros es carne de hoguera.
Pero entonces, lo
inesperado, un inerte espantapájaros, cobra vida pendido del mástil de un
maizal. Inesperado porque el agente del miedo es, esta vez, aquel elemento que
una vez sirvió como amuleto de exorcismo, que fue el símbolo de la salvaguardia
de la propia morada, del territorio del Yo. La operación de racionalización del
miedo externo se ve subvertida, se ve minada en sus mismos cimientos, y el
terror acaricia la demencia.
Aun así, en el fondo
nunca se abandona la “racionalidad”: según quien lo mire, el miedo puede estar
ahí o no. Las situaciones no habituales en ciertos lugares pueden serlo
perfectamente en otros. Entonces quizá estemos hablando de miedo a lo
desconocido. En cuanto se conozcan, esos signos dejan de causar horror
En efecto, el
profesor Crane recurre a drogas alucinógenas para “infundir” el miedo: siempre
con Freud, las alucinaciones son el resultado de un desplazamiento de
pensamientos, mostrándonos imágenes fuera de su contexto, fuera de su
desarrollo cronológico, dramatizando el material psíquico y mostrándonos
una ficción. El miedo químico que fabrica el espantapájaros, como el miedo en
general, es un artificio del intelecto, una re-escritura de ciertos
componentes, una re-contextualización
No desarrolla un
catálogo de elementos objetivos para causar el Miedo, más bien sugiere caminos,
desencadenantes de temores potenciales,, todos los contextos, basta con
des-contextualizarlos y hacerlos desconocidos. Ajenos. Lejanos. Extraños.
Entonces ¿Cuál es el
problema? Yo personalmente me inclinaría por el innegable patrón que
indica una progresiva incapacidad a nivel social para afrontar sus miedos.
Las acciones del Dr.
Crane quedan completamente en segundo plano frente a la palpable crisis
de racionalidad que evidencian los resultados de estas.
Vivimos en un mundo
en donde las personas no se dan espacio para re-plantearse las situaciones, no
se dan tiempo para ninguna clase de reflexión.
Es la sociedad de ‘lo
inmediato’ la que esta asesinando Gotham, habituando a sus ciudadanos a
vivir en la cómoda mediocridad del no cuestionarse nada y así volviéndolos
incapaces de afrontar no solo sus miedos sino también cualquier otra clase de
reto sin una tostadora (o un fetichista neurotico vestido de murcielago) de por
medio, no el Dr. Jonathan Crane
Indígnate es de hecho
el que no le estemos agradecidos por constatar algo tan tremendo.
Si queremos combatir
el miedo, no es la solución encerrar a este hombre sino educar a nuestra gente
para no morir a manos de su propia cobardía.
Dra. T. Valestra
Diciembre,2010.
Gotham,Wisconsin
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