Siempre he querido vivir en París. Hermosa y eterna Paris.
Pero hoy, como en una epifanía, descubro pertenecer al
centro de Montevideo.
Como una extensión de él. Pequeño, oscuro, triste,
olvidable.
Tratando de ser peligroso, tratando de ser europeo.
Fracasando estrepitosamente. Siempre. Me gritan desde los
charcos las titilantes luces del semáforo.
Llueve mudo y sus voces, las de ellos, me llegan como
lejanos ecos. Ligeros ecos.
Contaminan el íntimo silencio de la noche los enamorados.
No puedo afirmar si es peor la frivolidad del correspondido o la
desesperación del rechazado.
Así como ensalza a un ser el entregarse a una idea, lo
reduce empero doblegarse ante una reacción química. Esclavo voluntario de los
instintos.
“Patético”, es lo que se dibuja a firmes trazos en mi lengua.
Pero soy muda, como la noche, como la lluvia.
Rezo a mi Dios de turno y sonrío a penas, el
comprendería…comprendería
Luego te pienso, pienso en nuestras charlas infinitas
flagelando la realidad entre conceptos.
No te extraño.
A ninguno.
Quisiera poder hacerlo. Ese lugar en el pecho que existe
solo para clavar agujas sigue intacto.
Todo es prescindible y yo solitaria.
Muda y solitaria. Como la noche, como la lluvia. Como el
centro de Montevideo.
2011
2011
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