lunes, 10 de febrero de 2014

~MedianocheQueLeFueSolitaria~

Abrió  los ojos de golpe. La oscuridad de la estancia era parcial, irrumpiendo a través de la ventana la suave luz de la luna pálida desde el cielo nocturno.
Volvió a cerrar los párpados lentamente y con un gesto cansino se llevó los dedos a las sienes, masajeando.
Había sido solo un mal sueño. Estaba de nuevo en esa gran y elegante habitación, donde nada podía pasarle, donde estaba fuera de todo peligro, donde estaba sola…tan sola.
¡Ah! ¡La soledad! Esa vieja amiga suya que le acompañaba desde que era una niña…un niña solitaria, si cave decir…
¿Y para que engañarse? ¿Cuándo la había dejado  realmente? ¿En que momento- aunque quisiese creer con su alma todo lo contrario-había dejado de estar sola? Nunca jamás, sin importar que tan rodeada hubiese estado de gente, había dejado de estar completamente sola.
Era consiente de eso. Lo había asumido hace ya mucho tiempo atrás.
…¿Entonces?...
Se revolvió en la amplia cama.
¿Entonces por que ahora parecía doler? ¿Por qué si ya había naturalizado su condición de solitaria, si se había hecho amiga de la soledad, si había aprendido a disfrutar de ella inclusive, parecía hacerle ahora  tanto daño?
Suspiró.
¿Sería  acaso que con el tiempo se había vuelto débil? ¿sería acaso que con el tiempo había empezado a anhelar esa compañía que la que la vida le había enseñado tan bien a prescindir?

Y entonces ¿La compañía de quien? ¿De Thora? ¿De Camal? ¿De Zephraín? ¿Acaso de aquel hermano que nunca había volteado ni a mirarle? ¿De quien si todos se habían ido? ¿De quien si le habían dejado sola? ¿de quien. Si realmente, jamás habían estado a su lado? Si habían, todos ellos, abandonadole sin mayores miramientos y  vueltole la espalda y traicionado su frágil confianza.
¿Pero que podía esperar entonces? ¿Qué las promesas de amor del caballero hubiesen sido verdaderas? ¿Qué el juramento de fidelidad del niño lo fuera? ¿O la promesa de incondicional amistad? ¿Qué la sangre pesara aunque sea un poquito? ¿Qué podía esperar ella, tan insignificante, que ni siquiera había sido razón suficiente para que su propia madre viviese? ¿ Que podía esperar ella mas que la soledad?
 …hoy, mañana y siempre….
Y mientras una furtiva y solitaria lágrima se deslizaba por su mejilla, se acurrucó entre las colchas, y procuró volver a conciliar el sueño.

Mago del 399 DA, Infintria.
Thora Astrid © Verónica Alonso
Camal Mahed Mozabi © Mathías Nuñez
Leother de Galadsil © Andrés Rodrigues
Ashanttè/Sylvanna © Moi
Infintria y todo lo que la compone © Giovanni Tavaniello

2008.


jueves, 30 de enero de 2014

~LaPetitePhilomena~

Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Philomena  movió sus piececitos, tratando de lograr una sonrisa en el rostro de la rana de la punta de sus botas verdes.
Lo que en su lugar se dibujó, fue mas bien un gesto torcido, que decidió interpretar como desagrado.
“A la rana tampoco le gusta estar castigada” Concluyó, y conforme con su deducción se decidió a seguir con el conteo.

Philomena debía sentarse en un rinconcito de su recamara, contar hasta mil setecientos cincuenta y dos sin ayuda de sus deditos ni una sola vez, y  luego, con calma, pensar en sus acciones durante un rato, así le había enseñado papá.
No es que a Philomena la castigaran muy seguido, bueno, más o menos, pero casi siempre era por culpa de Armand.
Esta no había sido la excepción a la regla.
Mamá la había castigado por haberle pegado a Armand, y es que Philomena sabía que estaba mal pegarle a Armand, porque la violencia solo engendra mas violencia, como decían papá y mamá y por y porque Armand era debilucho, marica y llorón, como decía el tío Edward. Pero es que a veces Armand era tan malo, que Philomena no sabía reaccionar de otra manera.

No malo con Philomena, no particularmente al menos. Es mas, muchas veces jugaba con ella, la tomaba de la manita, se escondían juntos y la llamaba “Hermanita, Philomena hermanita” pero otras veces Armand se enfurecía y la llamaba “Idiota, Philomena idiota” y decía otras cosas, tan feas y tan malvadas y dolorosas que Philomena tenía que pegarle, para que no fuera así de malo, porque toda esa maldad a Philomena la asustaba.

A Armand le gustaba que otros niños le temieran, solía atormentar a Altariel-Kastmir y a Silvana-Katniss cuando venían a jugar, y eso que los gemelos Dunwitch no eran niños cobardes, saltaban muy muy alto en la cama cuando los adultos no los veían, pero eran pequeños como Philomena y Armand era malo y Philomena entonces debía pegarle.

Pero hoy Armand había sido mas malo que nunca, y si era sincera consigo misma, estaba tratando de retrasar el conteo de mil setecientos cincuenta y dos lo mas que le era posible porque al llegara la parte de pensar con calma en sus acciones, no estaba segura de poder arrepentirse.

Cuando mamá le había preguntado a Philomena que era lo que había sucedido Philomena no quiso contarle Así que mamá la envió a si habitación y Philomena fue y contó y contó.
Pero es que Philomena no quería repetir en voz alta lo que había dicho Armand, no se atrevía, tenía miedo, tenía ganas de llorar, tenía ganas de pegarle mas puñetazos y patadas y algunas hasta en la cabeza.
Porque Armand le había dicho que se había metido en el closet del rey, "El rey" es como llamaba Armand a papá,para tomar prestado un sombrero y que entonces había escuchado entrar a alguien en las habitaciones y se había escondido, y que resultó que era la mujer, "La mujer" es como Armand llamaba a mamá, y que había puesto algo sobre el escritorio y luego de repente había comenzado a llorar, a llorar desconsoladamente y que temblaba y gimoteaba y se abrazaba a si misma con fuerzas y se jalaba del cabello largo y blanco.
Philomena respondió que seguro solo extrañaba a papá, que todo estaría bien cuando él regresara.

Entonces Armand dijo aquello, esa maldad horrible, dolorosa, innombrable, como un cabezazo en el pecho.
"Idiota, Philomena idiota. El rey no volverá, el rey está muerto."

Altariel-Kastmir Dunwitch & Silvana-Katniss Dunwitch © Camila Hernández
Aranel Elendial © Florencia Navarro
Edward Alphonse Blackwing © Martín Rosas
Dorian Francis Blackwing © Moi
Lo restante del mundo que les rodea © Mauro Bustabad.


2014